Casado en el país de las maravillas

Casado en el país de las maravillas

Estoy segura, Casado se frota los ojos, padece des-realización, que es lo que sucede cuando sientes que te observas a ti mismo desde fuera de tu cuerpo, o que las cosas que te rodean no son reales, todo junto. Sabe que lo que la historia que está coprotagonizando pertenece al género fantástico y lo último que recuerda es que se coló por una grieta casi infinita en caída libre encontrándose al fin en un mundo extraño poblado por criaturas antropomórficas crueles y desleales.

Hace años escribí del escaso carisma de Casado (lindo, apolíneo, ciudadano ejemplar) y de su poca idoneidad para presidir el partido de la oposición, no hablemos de un país como este. Lo titulaba Pablo Casado, un perfecto jefe de planta o El jefe de planta que se ha perdido España o algo así, no recuerdo muy bien el título…

No entendía su éxito -y me sentía sola por ello. Me aturdía un discurso excesivamente elemental siempre en torno a lo concreto, alejado de toda abstracción (la batalla cultural, que dicen), filosofía, con una acusadísima ausencia de humor… cierto es que de un político cabe esperar prosaísmo, al menos en público- y no las pláticas que ofrecerían Salvador Dalí, John Cheever u Oscar Wild..

Hablaba de que no veía a Casado con el empaque suficiente para ofrecer una resistencia la izquierda española, ni para mantener unido y gozoso al centroderecha, pero que no obstante hubiera protagonizado una carrera meteórica en los míticos y por todos entrañados grandes almacenes El Corte Inglés. Al César lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.

«¿No lo visualizan, señores, cogiéndoles los bajos de los pantalones con implacable donaire y destreza? -les decía- ¿No se lo imaginan con quisquillosa precisión adivinando su talla de chaqueta, cuello y pantalones, ajustándoles la sisa y sopesando con casto disimulo hacia qué lado cargan?».

La columna no era malvada -sobre todo porque en ese momento hablaba de un ganador, protegidísimo, fuerte, estaba en lo alto- aunque sí jocosa. Pablo Casado correctamente trajeado, cabello bien cortadito, de raya a un lado (una raya insobornable), obsesivamente afeitado, pulcro, aseado, escrupuloso, normativo, diestro, abstemio…

En ese momento Pablo Casado era defendido, admirado e idolatrado, no sé por qué demonios ni llevados por qué variante de miopía o encantamiento, pero todo el mundo parecía complacido con la endeble (o mejor risible) presidencia de Casado, con esa carita de estudiante perpetuo de tercero de derecho en el CEU. Quizá porque Casado tenía y tiene una mujer monísima y cabal, como él, y dos hijos preciosos con las iniciales del partido: Paloma y Pablo y porque juntos proyectaban la más idílica imagen de familia comme il faut del Barrio de Salamanca con arreglo a los estándares estéticos y el sistema de gratificaciones del Partido Popular, claro.

Casado y Casable -me reía, incomprendida- puesto que el líder del Partido Popular encajaba asimismo con el paradigma del perfecto yerno que no se ha fumado una calada en toda su vida.

Pero, ¡qué cruel es la existencia, el mundo y también España! Lo más destacable de este cuento sinsentido, fíjense bien, es la crueldad y la cobardía de los lechuguinos que lo defendía hasta hace cuatro días como un gran líder y un gran liberal y en un chasquido lo sueltan de su abrazo amoroso y lo lanzan con saña, y lo dejan caer (y caer y caer) al vacío. Y la leña del árbol caído que tanto les gusta a los pusilánimes. La peor de las maldades es la de los gallinas.

Una mañana, un chico sin malas intenciones, llamado Casado, sale de su casa con sus mismos zapatos, exactamente igual de abrillantados que siempre, con su mismo nudo de corbata, con el mismo perfume pijo y sereno, con sus medias ejecutivas de calidad, con su barbita socorrida, con sus grandes esperanzas, su inocencia y su candor (porque se ve) en la misma dirección, amigos; pero se cruza con el conejo blanco, corre tras él tres zancadas y resbala, como Alicia, entra en caída libre sin saber cómo ni por qué, rodeado de absurdos, traiciones, el abandono de sus propios fieles (soldados naipe acomplejados, planos) y paradojas.

Casado siempre fue Alicia, bonito, ingenuo, caprichoso, inexperto, infantil, pero ahora los que lo sostenían como paladín perfecto, tras la moción (bochornosa) de Vox piden intemperantes y morados como la reina de corazones ¡¡que le corten la cabezaaaa!!

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